EDITORIAL N0. 195 de Tribuna Popular
Caracas, 14 jul. 2009, Tribuna Popular TP.- Los pueblos del mundo, progresivamente, han vuelto a asumir la ofensiva en los procesos sociales. Desde el enorme reflujo que significó la caída de las experiencias socialistas en los países de la URSS y del Bloque Socialista de Europa Oriental, el «polo» de las fuerzas del progreso y de las luchas de liberación se han recuperado a un paso mucho más acelerado de lo que muchos esperaban y de lo que otros deseaban.
La ficción de la unipolaridad, que pretendieron –con cierto éxito- vendernos, ha ido chocando cada vez más, desde los propios años 90, con la real existencia y continuación de este otro polo que, a pesar de la debilidad y las deserciones, se mantuvo firme en la lucha contra el capitalismo y su expresión neoliberal, contra el imperialismo y su política guerrerista, por un mundo de paz y de justicia, libre de explotación.
Si bien es cierto, en los primeros años, ante un imperialismo embriagado de triunfalismo al surgir hegemónico ganando la Guerra Fría, las fuerzas del progreso en el mundo tuvieron que asumir una táctica defensiva, reivindicando los principios de lucha –en muy difíciles condiciones-, así como la necesidad de la permanencia de sus estructuras organizadas más consecuentes.
Durante este breve tiempo, en la búsqueda de mucha gente por nuevos paradigmas, avanzaron concepciones y planteamientos distorsionados de la lucha social, pretendiendo crear «algo nuevo, distinto».
Así, fueron ganando espacio los discursos asambleistas, donde todo hay que discutirlo y todo aprobarlo por todos en grandes asambleas donde todos participen, sin importar cuánto dure la discusión y si sobre lo que debía discutirse ya había perdido pertinencia, sólo con el supuesto principio de discutir, aunque realmente se producía una inactividad de las masas.
Los discursos horizontalistas, en los que se planteaba la supuesta necesidad de eliminar toda forma de organización «vertical» por ser «antidemocrática», nada de presidentes, secretarios generales, coordinadores, jefes, responsables, delegados, juntas directivas, direcciones nacionales, nada que diera noción a «jerarquía», generándose realmente una inoperatividad de las masas.
Los discursos basistas, donde nada debía verse, discutirse o resolverse sin pasar por el filtro de las bases –textualmente hablando-, es decir, no era tener en el centro del conjunto de decisiones el interés y las necesidades de las bases (término muy empleado en contraposición de las masas para darle personificación beligerante), sino que sean las bases las que decidan todo, claro, en grandes asambleas horizontales, sin importar el carácter y tipo de tema o discusión; pero, al no permitirse ningún tipo de estructuración, era imposible –adicionalmente al ya largo tiempo transcurrido- la instrumentación práctica en ámbitos geográficos o políticos diversos.
Claro, a todo esto se sumó «el milagro» del Internet, un verdadero salto tecnológico en las comunicaciones, dando origen –todavía en la búsqueda de caminos- a la delegación mediática de la lucha, a sustituir la posibilidad de las diversas formas de lucha de masas –transversalizadas por un profundo combate ideológico- por la llamada «batalla de ideas» a través de páginas Web que ilusoriamente transformarán las conciencias y producirán los cambios necesarios, es decir, las guerrillas cibernéticas para la «guerra de cuarta generación».
A pesar de estas concepciones y planteamientos distorsionados, las fuerzas del progreso –y muchos de los desilusionados- han corroborado en la práctica concreta la necesidad de mantener la lucha, que ésta no tiene límites ni fronteras, que es necesario discutir y ganar voluntades por todas las formas necesarias, pero, que deben existir estructuras organizativas que permitan activar este potencial, operativizar e instrumentar líneas políticas de acción.
Las históricas condiciones objetivas y subjetivas para la lucha y las transformaciones revolucionarias mantienen su vigencia.
Las masas siguen siendo el factor fundamental, imprescindible, definitorio en los momentos cumbres de la lucha revolucionaria.
Pero, ¿es el único factor? No. Las masas sin conciencia de clase, sin organización, sin política clara, sin una dirección orgánica que exprese sus anhelos, intereses y necesidades, no cumplirán su rol histórico.
Esa es una de las enseñanzas que emanan de los recientes sucesos en Honduras.
Esa es una de las enseñanzas de las que –por fin- deberíamos aprender en el proceso venezolano.
Fuente: Tribuna Popular: Edición de PrensaPopularSolidaria_ComunistasMiranda
http://prensapopular-comunistasmiranda.blogspot.com/
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